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La pintura como un viaje

Por Gabriela Lyon

Cuando estudié artes visuales me especialicé en pintura. Siento una fuerte conexión con la técnica y he tratado dominarla y conocerla durante varios años. Por eso, para la creación de las ilustraciones de 9 kilómetros, escogí trabajar por primera vez con acrílico sobre papel como técnica principal.






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Como ilustradora no tengo una técnica o estilo definido, casi siempre voy cambiando. Para mis proyectos ilustrados siempre trato de utilizar una técnica nueva, es como un desafío. Pequeña historia de un desacuerdo es dibujo y color digital, Un día soleado es acuarela, Las Aventuras del Hombre Pájaro tiene témperas. Para 9 kilómetros me sentía lista para ir a lo grande, meterme en ese tipo de problemas que son tan entretenidos.




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Muchas veces, a la hora de crear un libro, los ilustradores nos inclinamos por el dibujo y la acuarela, ya que no requiere tanto tiempo ni espacio físico. En cambio, la pintura al óleo es un poco más complicada, necesita tiempo de secado, pinceles especiales, paletas, etc. Me hubiera encantado hacer 9 kilómetros al óleo, pero me hubiera demorado un año más, y el tiempo de entrega, en este tipo de proyectos, lo es todo. El acrílico entonces se transformó en la mejor alternativa, y la verdad es que incluso tiene atributos técnicos que quizá son más atractivos para un libro ilustrado que una pintura al óleo, que usualmente se aprecia mejor en el original.

Como decía, la técnica fue uno de los grandes desafíos de este libro. Y en ese sentido, fue muy importante la creación de un buen storyboard.
Algo que adoro de la editorial Ekaré Sur es el trabajo en equipo: nunca estoy sola cuando me entregan un proyecto, hay retroalimentación constante y creo que 9 kilómetros fue unos de los libros más supervisados que he realizado… ¡hice unos cinco storyboards en total! Todo esto para asegurar una buena conexión entre texto e imagen.

Otro desafío que me propuse fue estudiar sobre la pintura de paisaje: quería que en 9 kilómetros se sintiera que el paisaje es un protagonista tan importante como el niño que nos narra su recorrido, y pensé que la mejor manera para llegar a un buen resultado era investigar sobre el término “paisaje” y su desarrollo como género pictórico. Descubrí muchas cosas, como por ejemplo que la palabra “contemplar” proviene de la observación de las aves, y de ahí saqué algunas ideas sobre la mirada animal respecto del paisaje.

Antes de terminar el storyboard, decidí hacer un viaje a Chiloé. De ese lugar proviene la mayoría de las referencias que usé para hacer las ilustraciones. También hice un cálculo aproximado del recorrido en terreno, incluyendo no solo los caminos de ripios, sino también los atajos, bosques, ríos, entre otros. Estudié el tipo de flora de la zona y algo de la fauna, pero creo que lo más importante de ese viaje fue haber podido observar la luz del sur de Chile, tratar de captar el verde y la humedad fría. Los bosques sureños son muy particulares, especialmente los de Chiloé, donde crece pompón, una especie de esponja que retiene agua. El bosque chilote es una selva fría y esponjosa, el suelo está hecho de bosques viejos que mueren y sobre él nacen nuevas generaciones de bosques, y ver eso en vivo es una experiencia única.

Cuando comenzó la cuarentena a mediados de marzo, la idea del encierro sonó abrumadora. Yo estaba recién realizando las ilustraciones definitivas, estuve seis meses en el taller sin salir. Pero, a riesgo de sonar muy mística, pintar para mí es como hacer un viaje. Al imaginar esos paisajes y la naturaleza, realmente sentí que no estaba encerrada, estaba en un espacio muy íntimo, infinito.



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